Home Forums Semana 5: Teorías Cuir con Juan Gómez No Soy Gay, Soy Loca

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    José E. Valdivia
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    [L]as lágrimas de las locas han sido parte de la cotidianidad de los barrios pobres en América Latina. Lágrimas, maquillaje, actitud, han sido parte de la vida de las grandes ciudades, de sus márgenes, en donde las locas han encontrado espacios como costureras, estilistas, cocineras. Se les ha construido un lugar en los oficios considerados femeninos, se mantiene su decisión.
    — “Teorías de la disidencia sexual: de contextos populares a usos elitistas. La teoría queer en América latina frente a las y los pensadores de disidencia sexogenérica,” Gabriela González-Ortuño

    En nuestra discusión con el Dr. Juan Gómez, hablamos sobre los problemas y las con-fusiones que existen al plantear lo queer/cuir en un contexto latinoamericano. Se enfocó principalmente en el artículo de Felipe Rivas, “Diga ‘queer’ con la lengua afuera.” En su obra, Rivas enumera tres ejes principales para entender lo queer en América Latina: lo queer es… (i) una importación fonética, (ii) un corpus crítico que define formas de “saber,” y (iii) un acto político de colectividad radical entre gente de disidencia sexogenérica.

    Sé que en su trabajo como investigador, el Dr. Gómez trabaja los estudios de disidencia sexogenérica latinoamericanos, que se distinguen de la teoría queer estadounidense y europeo. Yo me quedé con preguntas sobre los estudios de disidencia sexual en América Latina y cómo se diferencian de los estudios queer, entonces decidí recurrir a los estudios de Gabriela González-Ortuño sobre los usos populares y elitistas de lo queer y lo disidente sexual. Ella nos dice que “para ambas pensadoras [feministas latinoamericanas, en este caso se refiere a Francesca Gargallo y Julieta Paredes], hay un factor que la teoría queer o al menos su uso latinoamericano ha dejado de lado: la construcción de comunidad. La construcción de comunidad dota también de historicidad a las luchas que articulan y que buscan llevar a cabo exitosamente proyectos de liberación” (186). Para distinguir el pensamiento de disidencia sexual-genérica de la teoría queer, González-Ortuño posiciona a la figura de “la loca del barrio” (la travesti pobre) como “[aquella] que desestabiliza las pautas cerradas de identidad,” y sobre todo, en la cual se “retrata una disidencia sexual atravesada por otros factores de marginación además del género y la sexualidad [la interseccionalidad]” (190-1). Aquí quiero pensar en cómo la teoría queer en América Latina ha sido apropiada por un élite mayormente homosexual de clase media o alta, y que se puede ver en contraste con “la loca” interseccional del barrio latinoamericano.

    Hay muchos problemas al emplear un término como queer en un contexto latinoamericano. Principalmente, ¿quién puede usar el término? Vemos que por la mayor parte, lo queer como un corpus crítico se moviliza por parte de investigadores bilingües, que muchas de las veces también tienen asociaciones con universidades grandes en EEUU. Se refieren principalmente a lxs pensadores estadounidenses y europeos como el post-estructuralista Derrida y sus descendientes: Butler, de Lauretis, Halberstam, Kosofsky, Warner, entre muchos más. Y según González-Ortuño, la genealogía diferencial de los estudios de disidencia sexogenérica latinoamericana se construye de autores (principalmente de obras literarias) como: “Manuel Puig, Salvador Novo, Néstor Perlonguer, Pedro Lemebel, José Donoso, José Joaquín Blanco, Reinaldo Arenas, Severo Sarduy, Carlos Monsivais… Rosamaría Roeffiel, Ena Lucía Portela, Francesca Gargallo, Reina Roffé, Ochy Curiel, entre otras” (188). En estas producciones ya marginalizadas por su contenido latinoamericano y no provenientes del Norte Global, la interseccionalidad, las cruces entre la raza, el género, la sexualidad, y la clase, son ejes siempre presentes, no añadidas después por otrxs pensadores (pienso en Ferguson, La Fountain-Stokes, Muñoz, Puar, y Vidal-Ortiz entre otrxs). Por eso nos recuerda González-Ortuño que “la disidencia sexual popular latinoamericana [en contraste a EEUU] va acompañada de la marca de la loca, la marca del travestismo, del exotismo, de la exageración barroca en el vesir, el peinar, el hablar que las condena a una vida – y muerte – míseras” (192). Y sobre todo, estas teorías no son nada más ideas circuladas dentro de una academia exclusiva, ya que “el disidente sexual… en los barrios, nunca ha sido ajeno a la cotidianidad, como tampoco ha sido ajena la marginación en la que se han encontrado en sociedades profundamente machistas en las que…. [e]xisten parámetros para normalizar la homosexualidad másculina” (191). Es decir, las locas y las travestis viven la vida cotidiana, viven la vida en exclusión social, y sin embargo, encarnan una forma de resistencia que rompe con las reglas y no se deja normalizar por un discurso hegemónico. Mientras lo queer en América Latina puede ser asociado con lo agringado, lo adinerado, y lo respetable, las locas son todo lo opuesto, la interseccionalidad encarnada, la lucha continua para existir sin subsumirse en un discurso homo-normativo que florece en las prácticas hegemónicos de lo queer latinoamericano.

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